Evocando el horror del fascismo, Bertold Brecht nos advirtió: “No está muerto el vientre que engendró al monstruo”.
El fascismo es una herramienta política del capitalismo del siglo XX. A diferencia del siglo anterior, el Capitalismo de 1900 empieza a expandirse a los países más lejanos. Para mantener su saqueo voraz de materias primas, sustituye la trata negrera por la explotación capitalista directa de un proletariado lejano y con menos organización de clase.
La colosal acumulación del capital financiero hace que los nuevos monopolios y conglomerados (los dinosaurios de las Trasnacionales) choquen entre sí, y a su servicio se enfrenten los Estados imperialistas. Por eso en el siglo XX, la lucha de clases, que sigue dándose al interior de cada Estado, genera una lucha antiimperialista en los países saqueados y posibilita guerras mundiales por el reparto de áreas de influencia, colonias y mercados.
Pero en el siglo XX, pese a su colosal desarrollo, el Capitalismo muestra dos graves problemas. El primer es la ruptura de sus eslabones más débiles, donde los pueblos irrumpen con revoluciones libertadoras y en algunos casos verdaderamente socialistas. El segundo es que la falta de una planificación estatal genera a veces una excesiva oferta de mercancías y desencadena crisis cada vez más graves de superproducción y desempleo.
Frente al segundo problema, el Capitalismo del siglo XX hace que el Estado intervenga en áreas de infraestructura, para asegurar las ganancias de las grandes empresas privadas. Cada vez que el Capitalismo se siente amenazad, interviene más en obras; en cambio, cuando se siente seguro vuelve al mercado salvaje.
Para el primer problema, que es la amenaza de la revolución social, el Imperialismo tiene varias recetas. La primera es la intervención directa en el eslabón que puede quebrarse, o el bloqueo a los pueblos que buscan su soberanía, aunque sólo sea en el marco capitalista. Al mismo tiempo muestra la vitrina tramposa de la democracia burguesa, que pese a su injusticia esencial, es el terreno más favorable para la lucha de los trabajadores.
Pero hay coyunturas donde, como diría Engels, “su propia legalidad los mata”. Entonces recurren al fascismo. El Partido Nazi de Hitler fue apenas una versión grotesca de una metodología fascista que puede ser mucho más sutil. Ya en 1930, la Tercera Internacional definió científicamente al Fascismo como el movimiento que busca una dictadura terrorista del Capital, usando la demagogia social y nacionalista para su aproximación al Poder. Sirviendo al mismo amo del Neoliberalismo, que es el capital financiero, el fascismo no deja todo a la voluntad del mercado y de las Trasnacionales, porque para su futura dictadura necesita que el Estado maneje ciertos recursos básicos. Esto hace que muchas veces la prédica fascista parezca patriótica, mientras se aproxima demagógicamente a los pobres y disimula al principio su odio a toda organización auténtica de trabajadores.
En el Uruguay, los partidos políticos fundacionales siempre tuvieron un ala fascista y un ala antifascista, controlada por los Masones. La novedad de esta Legislatura es que por primera vez en el Uruguay, (y respondiendo a una tendencia mundial), tenemos un partido fascista en el Parlamento, en rápida expansión. Se llama “Cabildo Abierto” y su propio nombre es una fachada del autoritarismo más vertical. Cuando se quiso infiltrar allí un ala “nazi”, este Partido la apartó. Tiene posturas mucho más claras que la vacilante oposición del FA, y es por ello muy peligroso.
En la situación uruguaya, al imperialismo le sirve más la rotación en el Gobierno de la derecha tradicional y la mal llamada “izquierda” del FA, que un golpede Estado. Pero el fascismo siempre es un plan “B”, y cuanto más aceitad mejor.
Evocando el horror del fascismo, Bertold Brecht nos advirtió: “No está muerto el vientre que engendró al monstruo”.
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